Estamos acostadas en el pasto, es una noche de verano y no hay luna. Las mismas toallas que sirvieron al dejar atrás el agua helada de la pileta se secaron al sol y ahora sirven de mantas, sobre el pasto, conservando un poco del calor y el olor a cloro. Boca arriba miramos el cielo inmenso que se extiende ciento ochenta grados y es casi como estar en el Planetario. Cuando la vista se acostumbra a la oscuridad, las estrellas se van encendiendo de a poco y vamos reconociendo las Tres Marías por allá, la Cruz del Sur y tal vez Júpiter, aunque no estamos seguras. El hermano mayor de mi amiga nos había dejado mirar un rato por un telescopio. Nos mostró la luna pero me desilusioné.
Seguía demasiado lejos y yo esperaba más detalles. Sin embargo, esta noche no hay luna y nos alejamos lo suficiente de la casa como para que ninguna luz cercana nos moleste. Miramos en silencio, o todo el silencio que una noche en el campo permite, e inevitablemente me siento chiquita e indefensa, tanto que levanto la toalla y sugiero volver a la casa “porque seguro nos esperan para cenar”. Soy demasiado pequeña aún para entender lo poco original que es eso que me acaba de suceder frente a la inmensidad oscura.
Al regreso de esas vacaciones tengo con mi padre conversaciones acerca del infinito del universo e incesantes preguntas sobre la imposibilidad de algo que no tenga límites y siga y siga. Vuelvo a tener esa misma sensación y mi padre, otro neurótico consagrado, se angustia también y cambia de tema.
Muchos años después lo escuché a Carl Sagan decir que la astronomía es una lección de humildad. Y sonreí. Ese año con mi amigo Juan habíamos decidido ver todos los episodios de Cosmos, de los que tengo vagos recuerdos de cuando se televisaban doblados en la televisión argentina de los ochenta. Sin embargo, la voz y cadencia de Sagan en su versión original hacen de la experiencia algo completamente novedoso y, por qué no, fascinante.
En los diarios de este tiempo leo que la Cámara de Representantes recibe en Washington a un ex oficial de inteligencia que asegura que el gobierno esconde información acerca de vida extraterrestre. Lleva el asunto más allá y afirma que tiene muestras de material biológico no humano. Un astronauta retirado vuela a la Argentina en representación de la NASA y vuelve sobre los mismos temas. “Personalmente, creo que hay vida allá afuera”, dice, y fantasea con que algún día un astronauta argentino bien pueda estar en una misión en el espacio.
Mientras tanto, lejos del espacio exterior, la vía láctea y las galaxias, Putin insiste con su invasión y Zelenski defiende a su gente como puede. Xi Jinping remodela el ejército a su gusto y le asegura a Rusia que permanece imparcial. Las fuerzas federales etíopes se enfrentan con milicias locales.
En pleno golpe, se cierra el espacio aéreo nigeriano. La deforestación en el Amazonas cae en julio pero en ese mismo mes se alcanza un umbral de calentamiento crucial debajo del cual los científicos habían advertido que el mundo debía permanecer. India lanza una misión a la luna y Australia decide una masiva matanza de ballenas perdidas. En Irán las autoridades están considerando un nuevo proyecto de ley draconiano sobre el uso del hiyab. Profesores de ingeniería civil creen haber encontrado una ciudad Maya olvidada en la selva de la península de Yucatán.
Fuera de las noticias millones de niños alrededor del mundo se preparan para ir a la escuela. Otros tantos millones no van a comer mañana. Habrá personas que creen en algo y se acerquen a sus lugares de adoración y recen. Otros estarán atravesando desiertos buscando agua, habrá madres y padres recibiendo niños recién llegados al mundo y muchos hombres y mujeres estarán enterrando a sus muertos. Entre otras cosas, los argentinos (aquellos que no decidan ausentarse) irán a votar en algún momento de este domingo.
“La Tierra es un escenario pequeño en la vasta arena cósmica”, dice Sagan. Sin embargo, todo sucede, sucedió y por un tiempo más seguirá sucediendo en este planeta. “Todas las personas a las que amamos, a las conocemos, cada ser humano que existió alguna vez, vivió su vida aquí”, lo escucho decir. Y sigue: “Cada héroe y cobarde, cada creador y destructor de la civilización, cada rey y mendigo, cada pareja enamorada, cada madre y padre, niño lleno de esperanza, inventor y explorador, cada maestro de moral y político corrupto, cada santo y pecador en la historia de nuestra especie vivió aquí, en esta mota de polvo suspendida en un rayo de sol”.
Mientras escribo entra el sol por la ventana y marca un oasis blanco sobre el sillón. Mis gatos Mimicha y Emilio han aprovechado el mejor rinconcito para hacer sus tareas de aseo personal y siesta. Lili, la más chiquita, ha decidido que es mejor acurrucarse a mi lado: considera que el calor de mi cuerpo y el que sale de la computadora son el mejor negocio. Por un momento el mundo es perfecto.