Una nueva alternativa económica se necesita
La irresponsabilidad económica está en la base del fracaso argentino . Por supuesto que, al mismo tiempo, otras calamidades concurren al mismo efecto: la corrupción , la desaparición de las instituciones, la caída en el nivel de decencia promedio de la sociedad y la acelerada desaparición de la línea que divide lo que está bien de lo que está mal han contribuido fuertemente a que el país cayera en una pendiente que ya lleva más de 70 años.
Pero el hecho de que la sociedad empezara a creer en proyectos económicamente mágicos que vendían el supuesto acceso a una felicidad generalizada a cambio de muy pocos esfuerzos es el ingrediente que explica mejor la decadencia argentina.
Y esa responsabilidad es, efectivamente, societaria. Por supuesto que existieron los vendedores de humo, los mercaderes de ilusiones baratas que, explotando la demagogia al máximo, hicieron un esfuerzo monumental para "vender" esos proyecto y así encaramarse a los sitiales de poder para explotarlos en su propio beneficio.
Pero sin el endoso social esos mercachifles no habrían tenido éxito. Fue la muy baja cultura económica de la sociedad la que llevó a que vastas franjas sociales creyeran que era efectivamente posible "repartir" una riqueza superabundante para generar la igualdad y la felicidad de todos. El mercachifle convenció a medio país de que la Argentina era un país rico en donde esa acumulación de fortunas estaba mal repartida y que lo que se precisaba era un buen "repartidor" para que todo mejorara. Esos vendedores de ilusiones se ofrecieron, por supuesto, inmediatamente para el cargo.
Pero lo cierto es que la riqueza de los países no consiste en un quantum fijo que según como se reparta tornará igualitaria o desigualitaria a una nación.
La riqueza es una creación permanente que se genera como consecuencia de la puesta en marcha de mecanismos en donde intervienen distintos factores: el capital, el trabajo, los recursos naturales y físicos, etcétera. Por lo tanto, que haya o no riqueza dependerá del funcionamiento acompasado de esos factores. Cuando funcionan correctamente, la riqueza creada es infinita; no tiene límites y su generación no implica que, como alguien mejora su posición, lo haga a expensas de otro, sino que todos los que participan en el proceso económico se elevan respecto de la posición que ocupaban antes.
Esta lógica fue desafiada arteramente en la Argentina. Se transmitió la idea de que la riqueza era una especie de montaña de recursos físicos finitos y a los cuales se accedía por apropiación. Para generar una sociedad más igual no había que fomentar el funcionamiento eficiente de los factores de producción, sino establecer un orden legal que permitiera apropiarse de la riqueza generada con anterioridad para que el mercachifle repartidor la repartiera.
Seguramente razones sociológicas más profundas habrán intervenido en el proceso de convencimiento de las masas de que éste era un procedimiento adecuado para mejorar el nivel de vida de todos, pero, sea como fuere, lo cierto es que desde entonces mayorías decisivas de la Argentina votan proyectos económicos mágicos, más o menos parecidos el uno con el otro, que no han logrado hasta ahora otra cosa que no sea multiplicar la pobreza y la marginalidad, empeorar el nivel de vida de todos y sumergir al país en un declive inexplicable para el resto de las naciones.
La pregunta de aquí en más es, entonces, si la sociedad votará en el futuro algo económicamente diferente. Repito: económicamente diferente, no políticamente distinto.
En efecto, el país tiene hoy un abanico de opciones políticas -además de la que representa el propio Gobierno- que podrían dejar conformes a más de un observador que tuviera la duda acerca de si en la Argentina el ciudadano cuenta con opciones a la hora de votar. Ese componente del sistema no está en duda: opciones políticas hay muchas.
Pero no sé si podría contestarse con la misma certeza la pregunta acerca de si los argentinos tienen a disposición una alternativa diferente en materia económica para votar. En general, en los países ordenados el sistema de partidos tiende a reproducir una división clásica de las sociedades entre una porción que favorece una mayor intervención económica del gobierno y otra que prefiere un mayor grado de libertad ciudadana. Esa opción muchas veces encuentra su principal herramienta de distinción en el sistema impositivo y casi en ningún lugar civilizado aun las opciones "intervencionistas" ponen en peligro un conjunto de libertades cotidianas de la gente a las que esas sociedades tienden a dar por descontadas.
La Argentina carece de esa oferta. Tiene una superabundancia de opciones políticas que no son otra cosa que variaciones más o menos amables del intervencionismo económico y no tiene prácticamente ninguna manifestación electoral que represente mayores grados de libertad económica.
Es más, la parodia menemista de los años 90 asestó un golpe durísimo a estas ideas cuando, detrás de un discurso "liberal", ató el tipo de cambio al dólar mientras la estructura peronista impidió al mismo tiempo reformar la estructura del Estado prebendario y las organizaciones sindicales monopólicas y corruptas, provocando un choque de "civilizaciones" que estalló en la crisis de la Convertibilidad, a fines del 2001.
¿Serán las elecciones de 2015 una oportunidad para votar a alguien económicamente responsable? ¿Habrá algún partido que, consciente de la renguera de representatividad que el país tiene, se anime a llenar ese vacío con una oferta económicamente moderna y sensata? ¿O la ciudadanía se encontrará nuevamente con un conjunto de mercachifles lanzados a comprar su voto con más promesas demagógicas, más gasto, más emisión y más inflación?
Y si esa opción "económica" surgiera, ¿habrá alguien que la vote?; ¿logrará cambiar el eje de las mayorías decisivas que nos han llevado a la miseria y a la escasez?
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