Mis regalos de Navidad a Cris, a Massita, a Milei...
Qué pocas horas faltan para la Navidad. Los cristianos del mundo entero festejamos tan magno acontecimiento, y este año el 56% de los argentinos de cualquier credo o incluso sin credo agradeceremos también a las “fuerzas del cielo” el alumbramiento de un gobierno no peronista. Sobre todo, agradeceremos el destierro al que esas tropas han sometido a los tipejos y tipejas que manejaron el país desde diciembre de 2019. Porque es creer o reventar: solo un poder superior podía desalojarlos. Imagínense, por caso, lo que se habrán resistido, lo que habrán pataleado Massita y Malena cuando se enteraron de que no iban a vivir en Olivos, y que la única cuota de poder que retenían era como patrones de su estancia en San Andrés de Giles (La Vanguardia, 8 millones de dólares). Seguramente hubo escenas dantescas: Massita, camino del exilio, gritando “¡abracadabra!” y suplicándoles a la galera y la varita el último hechizo; Malena, con outfit de primera dama y el maquillaje corrido por las lágrimas.
Pero no sé por qué me dejo ganar por ese clima de histeriqueos cuando, en realidad, mi corazón estalla de espíritu navideño. Los que siguen esta columna están esperando otra cosa: como todos los años para estas fechas, se mueren de ganas de saber qué regalos pensé para nuestros gobernantes y líderes, y para los que lo fueron. Porque ya es una tradición que, fruto de ese espíritu, haga mi repartija, casa por casa. Vieran el cariño con que dejo paquetes y paquetitos. Cariño que no siempre es correspondido: es un clásico que Cristina me los mande de vuelta sin abrirlos. Igual, lo sigo intentando. Incluso me esmero. Este año ligó un regalazo. Pequeño adelanto: son dólares; dólares muy especiales, entre otras cosas porque le llegan en un sobre y no en bolsos.
Mi recorrida empezó por el edificio de Puerto Madero donde, se supone, vive Alberto Fernández. Su presente es un misterio: que se iba a Madrid a dar clases y a asesorar al gobierno español; que se queda y no dará clases ni asesorará a nadie; que va a viajar, pero no ahora, no hasta que le aseguren una buena custodia; que el presidente Pedro Sánchez le pide que no se demore porque no quiere tomar ninguna decisión sin antes escucharlo… En fin, vaya a saber por dónde anda este distinguido profesor y qué picardías lo entretienen. La cuestión es que para él opté por un libro de 1000 páginas y tapa dura, en la que se lee: Recuerdos de un Presidente. Alberto Ángel Fernández. Las 1000 páginas están en blanco: él tiene que llenarlas. Hace dos años contó que había empezado a escribir sus memorias, pero después abandonó. ¿Falta de tiempo? No, de memoria.
En la tranquera de La Vanguardia dejé el presente para Massita, porque no entraba ni salía nadie. También es un libro: El príncipe, de Maquiavelo. Obvio que ya lo leyó, fue su Biblia, pero evidentemente decidió ignorarlo: solo así se entiende que, con todo el poder y la caja en sus manos, cuando era candidato y ministro no haya recurrido a metodologías de inspiración maquiavélica como repartir plata a los votantes, pagarle la campaña a Milei para destronar a JxC, montar una oficina recaudadora con los derechos de importación, poner el Estado al servicio de su postulación… Sergio, trabajaste por el país y no por tu causa: deberías releer El príncipe. Está en la tranquera. ¿Malena te deja salir de la casa?
De vuelta de San Andrés de Giles me corrí a la gobernación de Buenos Aires. A Kichi le regalé una guitarra, por aquella sorpresa que nos dio en la campaña, cuando dijo que había llegado la hora de “cambiar de música”. Qué me contursi del pequeño saltarín, con ínfulas de liberarse de Cristina. El destino de la guitarra es incierto: Axel toca de oído y desafina hasta cuando habla. Puede que Cris le encuentre un lugar: ponérsela a Kichi de collar.
Como adelanté, el obsequio para la señora fue un sobre con dólares. Me lo recibió el portero del Instituto Patria, que prometió entregárselo al secretario segundo, que a su vez se lo daría al secretario primero, que lo dejaría en el despacho de ella. Es el Patria: imposible que ese sobre llegue a destino. Una lástima, porque son billetes distintos: en el anverso no está Benjamin Franklin, sino Milei, y, debajo, los cinco perros. Un primor. El único dólar que Cristina no tiene en su colección.
Por supuesto, el regalo más entrañable fue el que le hice al Presidente. En realidad, dos. El primero, una motosierra alemana, mucho más precisa que la de origen chino que usa él. Le va a encantar, porque con la que tiene ahora le apunta al sector público, pero termina perforando al privado. El segundo: enmarcada en madera violeta, la columna del sábado pasado, en la que me declaro ferviente mileísta. Los acompañé con un sentido mensaje: “Javier, excelente tu equipo, y me imagino lo que será cuando consigas completarlo. Excelente el decretazo. Excelente tu discurso. Qué bien empezaste”.
Un grande, me agradeció al toque: “Conmigo no, RR”.ß