Azules que llegan del otro lado del mar
De los azulejos típicos de Portugal a la porcelana china de la dinastía Ming, un tributo al color del cielo
Mrs. Danuta, la profesora de arte, está obsesionada con que adquiramos bien la técnica del cielo encontrándose con el horizonte, y procura que entendamos cómo esa franja cercana al horizonte es más clara y va intensificándose en su color mientras sube. “Pampa sky”, le dice Mrs. Danuta. Me pregunto si hubiese usado el mismo apelativo en caso de que sus alumnas de cuarto año conocieran otro cielo, uno que no fuese el pampeano. Me guardo la pregunta porque Mrs. Danuta tiene poca paciencia para la pavada. El día que trajo a la modelo que se quitó la ropa y posó desnuda para que la pintemos en vivo se ocupó de relojearnos en continuado para que no volase una mosca. En silencio agarramos nuestros lápices y empezamos a bocetar midiendo las veces que la cabeza humana entra en un cuerpo. Trazamos líneas con velocidad antes de que Mrs. Danuta aplaudiese y la modelo relajase sus músculos solo para inmediatamente adoptar una nueva posición que borrara la pose anterior.
El “Pampa sky” requería la misma velocidad y práctica tras práctica en papel hasta lograr su aprobación. ¿De qué color es el cielo? En la antigüedad no existía una palabra para el color azul, tal vez porque es el menos común en la naturaleza. Y sí, al cielo no se lo consideraba azul. Agarré mis témperas azul cobalto, azul de ultramar, azul de Prusia y blanca, y colocando un poco de cada una me puse a trabajar.
Sin embargo, el oro que reviste el templo todo, paredes y techo, parece brillar más que el sol que está afuera y las curvas de sus columnas salomónicas, el intrincado diseño de cada una de las figuras atlánticas que las sostienen, las hojas de corinto, las flores, el extremo detalle es todo lo dramático, exuberante y grandioso que el barroco debería ser.
Después de lo que parece ser toda una vida de subidas y bajadas empinadas sobre adoquines bajo el sol rajante de Salvador de Bahía, las puertas de la Iglesia y Convento de San Francisco parecen ser una invitación a un lugar fresco y con sombra. Sin embargo, el oro que reviste el templo todo, paredes y techo, parece brillar más que el sol que está afuera y las curvas de sus columnas salomónicas, el intrincado diseño de cada una de las figuras atlánticas que las sostienen, las hojas de corinto, las flores, el extremo detalle es todo lo dramático, exuberante y grandioso que el barroco debería ser. Salir al claustro silencioso de azulejos monocromáticos, por otro lado, es un descanso para la vista. Se trata de un patio cuadrado al aire libre, con pasillos sombreados y las paredes cuidadosamente cubiertas por casi treinta y cinco mil azulejos que no terminan en bordes rectos, sino que se recortan sobre las paredes: azul sobre blanco.
¿Ultramar, de Prusia, cobalto? El azul elegido para los azulejos portugueses es el cobalto. Tan asociados están que uno se ve tentado a pensar que “azulejo” proviene de “azul”, pero la palabra tiene origen árabe: aljulej o azulej, que define una piedra pequeña, pulida y lisa al tacto y nada tiene que ver con el color. El azul cobalto sobre el blanco ya había sido una técnica usada en la porcelana china durante la Dinastía Ming cientos de años antes y a su vez, mucho más cerca de Portugal, en la ciudad de Delft, en los Países Bajos, donde algunos artistas portugueses se entrenaron.
Si bien no se sabe a ciencia cierta quiénes hicieron estos azulejos que recubren parte de las paredes de la iglesia y el claustro, sí se sabe que llegaron en barco desde Portugal para la fase final de construcción, mediados del 1700, y que constituyen la colección de azulejos más grande fuera de ese país.
Los azulejos organizados en treinta y siete paneles retratan escenas mitológicas y alegorías con alguna enseñanza moral en latín inscripta en la parte superior. Según los frailes responsables de la administración del convento, la función de estas imágenes “cristianizadas” era hacer meditar a los religiosos de clausura en torno a los valores cristianos. En la unión yace la fuerza. La ciencia mejora la naturaleza. La envidia causa grandes males. Mortis certitudo, la única certeza es la muerte, la frase rodeada de volutas, flora, fauna y los clásicos putti, unos angelitos regordetes que miran picarones a ver si entendemos las enseñanzas.
Elijo uno de los pinceles chatos más gruesos, lo hundo en el agua y mojo un poco el papel como explicó Mrs. Danuta. ¿O eso era para las acuarelas? Elijo mis azules y hago grandes trazos de un costado al otro del papel comenzando desde arriba y levantando el pincel recién donde termina la hoja. Para cuando llego a la línea del horizonte la pintura se fue descargando y después de muchos intentos logro un cielo pampeano como dios manda. No hay inscripción en latín ni ángeles rollizos recordándome la enseñanza, y sin embargo ya la aprendí: la práctica hace a la perfección. Practice makes perfect, como diría Mrs. Danuta.