Desde el año pasado hay paramilitares que merodean en esta región del norte del país, luego de casi dos décadas de relativa tranquilidad; los récords de calor que registra Colombia derriten la nieve del sistema montañoso costero más alto del mundo
Bajo un inmenso árbol sagrado los sabios indígenas del pueblo arhuaco mascan coca y reflexionan sobre el porvenir de la mítica Sierra Nevada de Colombia. Su hogar de picos nevados junto al mar Caribe es víctima del calentamiento global y la violencia armada.
Los líderes espirituales o “mamos” se llevan a la boca una vara de madera y luego frotan con ella una calabaza, una forma de “meditación activa” que deja en el fruto la impronta de su pensamiento. Como “consecuencia de las actuaciones del hombre, esto levemente se está calentando, cada año más”, traduce un indígena que escucha a los mamos discutir en lengua iku.
Los sabios también dicen que desde el año pasado hay paramilitares que merodean en esta región del norte del país, luego de casi dos décadas de relativa tranquilidad. Los récords de calor que registra Colombia derriten la nieve de la Sierra Nevada de Santa Marta, el sistema montañoso costero más alto del mundo, de hasta 5775 metros y donde conviven los pueblos arhuaco, wiwa, kogui y kankuamo, cuyos conocimientos ancestrales fueron reconocidos por la Unesco como patrimonio inmaterial de la humanidad en 2022.
En el poblado sagrado de Nabusímake, a unos 1900 metros de altitud, el calor afecta los cultivos de subsistencia de indígenas acostumbrados al frío de la montaña. “Estamos aquí para vivir en paz, en armonía (con la tierra). Entender lo contrario lleva al calentamiento global”, dicen los mamos según el traductor.
“El hombre se va a acabar por su propio invento, creyéndose muy inteligente”, completan.
De los 14 glaciares tropicales que existían en Colombia a comienzos del siglo XX solo quedan seis, repartidos en cuatro volcanes y dos sierras nevadas incluida la de Santa Marta, según datos oficiales.
El área glaciar de la Sierra Nevada pasó de 82 kilómetros cuadrados a mediados del siglo XIX a apenas 5,3 km2 en 2022, de acuerdo con el estatal Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (IDEAM).
Los sabios visten túnicas blancas y gorros altos de igual color, tejidos por ellos mismos de acuerdo a las enseñanzas de sus padres. Al saludarse intercambian manotadas de hayo, hojas de coca tostadas que mastican con cal.
Estos estimulantes para el cuerpo y el espíritu se transforman en la boca en una especie de arcilla que usan para “escribir” sus pensamientos en poporos, pequeñas vasijas de calabaza que los acompañan desde el matrimonio hasta la muerte.
En enero, la autoridad ambiental registró una temperatura récord de 40 °C en la ciudad de Santa Marta, a orillas del mar y junto a la Sierra. A la canícula del mediodía le siguen las heladas de la madrugada que arruinan cosechas. Los indígenas esperan que este clima de extremos se modere en marzo para sembrar frijol, col y maíz.
“Es respuesta a lo que nosotros como seres humanos le hemos dado a la madre tierra”, explica Seydin, sin soltar su hilo y aguja.
Estas preocupaciones quedan consignadas en la bolsa que teje: “Aquí está nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro. Cuando yo estoy tejiendo estoy hablando y estoy pensando en mis hijos. Todo va grabado acá, en la mochila”.
Las mujeres las tejen desde pequeñas bajo el sol picante o en sus chozas alumbradas por fogatas.
Con información de AFP