Todos juntos ahora: “Ooooh, pesimismo, es un sentimiento, no puedo parar”
Distintas investigaciones encontraron que en Occidente el sentimiento negativo creció mucho en las últimas décadas
La forma de hacer investigación en Ciencias Sociales está atravesando un cambio revolucionario, al menos en aquellas líneas de estudio que se benefician de los avances en inteligencia artificial (IA) y herramientas para hacer mediciones sofisticadas a un nivel masivo. Los trabajos cuantitativos no son algo nuevo, pero la transformación radica en el mayor “músculo” computacional con el cual se están encontrando respuestas que hasta hace poco tiempo (hablamos de meses) hubieran sido imposibles de obtener.
“La forma en la que trabajamos en Ciencias Sociales se está transformando como nunca sucedió. Disponemos de herramientas que permiten extraer información que antes era mucho más difícil y trabajoso conseguir”, cuenta a LA NACION el economista Daniel Aromí, de la UBA y de la UCA. Aromí mecha en sus explicaciones términos como RAG (Retrieval Augmented Generation), un complemento de los modelos masivos de LLM (lenguaje de gran tamaño) de la inteligencia artificial generativa (IAG) que comenzó a usarse fuerte recién a finales de 2023 y que permite dar respuestas más precisas que las que brinda ChatGPT, por ejemplo, con la ayuda de información más reciente, específica y mejor contexto.
Junto al Daniel Heymann están usando nuevas herramientas (inclusive de IAG) para estudiar miles de páginas de transcripciones del Comité de Mercado Abierto de la Reserva Federal de los Estados Unidos (Fed) para ver en qué medida lo que allí se evalúa tiene poder predictivo en la economía. Son minutas de reuniones que se hacen a puertas cerradas y se difunden recién tres semanas después. “Esto nos permite generar en forma más controlada, más específica y quizás extrayendo información más exhaustivamente, indicadores de lo que pensaban que iba a pasar. Y también permite determinar narrativas que describen cómo la economía está siendo interpretada”.
Aromí dice que está muy entusiasmado con todo lo que está surgiendo en su campo de estudios. Días antes de charlar con LA NACION, en enero de 2024, se conocieron dos investigaciones donde se midió la capacidad predictiva para distintas variables económicas de las narrativas presentes en cientos de millones de libros y notas periodísticas.
El NBER (Buró Nacional de Investigación Económica, según sus siglas en inglés) publicó un trabajo titulado “(Casi) 200 años de sentimiento económico basado en noticias”, de Jules van Binsbergen y tres coautores, en el cual se relevaron 200 millones de páginas de 1300 diarios de Estados Unidos. Así se construyó un indicador muy robusto de “sentimiento” o “estado de ánimo”, oscilante entre el pesimismo y el optimismo, que resultó tener un enorme poder predictivo sobre la variación del PBI, el consumo, la inversión, el empleo y la política monetaria, entre otros frentes de la economía. La serie arranca hace 170 años y los académicos encontraron un giro muy marcado hacia el pesimismo en el último medio siglo.
En paralelo, otro estudio en Europa relevó palabras en millones de libros publicados en inglés, francés y alemán desde el 1600. En particular, se concentró en términos relacionados por un lado al optimismo, al progreso y al futuro; y, por otro, a la cautela, a las preocupaciones y a los riesgos. En forma coincidente con el paper de Estados Unidos, se encontró que en Occidente el sentimiento negativo también creció mucho en las últimas décadas. Yendo siglos atrás, este indicador expresado en lo que se escribía anticipó la Revolución Industrial en Inglaterra. España, que tuvo su gran proceso de transformación recién 200 años después, también mostró este rezago en la terminología de sus libros, que giró al optimismo y al progreso mucho más tarde.
Al describir este último estudio, John Burn-Murdoch, jefe de Datos del Financial Times, destacó que “el lenguaje –particularmente en los libros– no sólo describe el mundo tal cual es, sino cómo podría ser”. Y agregó: “Escribir sobre el progreso a un mejor futuro aumenta las chances de que eso suceda. Escribir sobre riesgos crea un mundo más preocupado”. El trabajo original es del economista Jared Rubin, profesor de Chapman, junto a tres coautores.
El historiador económico americano-israelí Joel Mokyr, por caso, sostiene la teoría de que la Revolución Industrial se dio en Inglaterra, y no en otro lugar, por factores culturales, que incluyeron la prédica muy popular de pensadores que enfatizaban la idea de progreso, como Isaac Newton o Francis Bacon. Este tipo de explicaciones, frente a otras que enfatizan los menores costos laborales o el rol de las instituciones, ahora tienen un indicador cuantitativo mucho más robusto (millones de palabras tratadas con IA) para desplegarse.
Economía de narrativas
Los economistas suelen subestimar el poder de las palabras o de las narrativas, destaca el Premio Nobel Robert Shiller, quien en 2017 publicó su libro Economía de las narrativas, en el cual investiga “cómo algunas historias se vuelven virales y definen grandes fenómenos económicos”, como las burbujas, las debacles bursátiles, las subas y bajas del mercado inmobiliario, el sentimiento social hacia los impuestos, la desigualdad, el emprendedorismo y otras variables que la economía estudia desde diferentes ángulos, pero no desde los relatos que las modelan. El libro de Shiller se basa en una idea original que desarrolló en el año 2017 en un discurso de la Asociación Americana de Economía.
Las historias siempre tuvieron un rol protagónico en grandes eventos económicos, sostiene el autor, pero en los últimos años, con las redes sociales y la facilidad de viralización, multiplicaron su capacidad de impacto y también las posibilidades académicas de medirlas de alguna manera y estudiarlas más en detalle.
En la Argentina, Aromí se encuentra a la vanguardia de este tipo de estudios para la economía. Creó un indicador de “incertidumbre económica” a partir de las opiniones vertidas por usuarios locales en la red social X (ex-Twitter). “Los modelos tradicionales de equilibrio, suele destacar Heymann, tienen un problema, y es que están incompletos o subdeterminados, porque en este sendero hay equilibrios múltiples. Y el sendero que construimos depende de cómo interpretemos la realidad”, explica Aromí.
Doce años atrás se publicó un libro que fue titulado Qué lo va a cambiar todo, en el cual 125 científicos y pensadores contestaban esta pregunta. En medio de decenas de ensayos sobre IA y biotecnología, el productor musical y creativo Brian Eno sostuvo que, para él, lo definitivo iba a ser un sentimiento colectivo, un estado de ánimo social. Qué pasaría, se pregunta Eno, “si comenzáramos a vivir como si no hubiera un largo plazo, como si en lugar de sentirnos parados en el borde de un continente nuevo e inexplorados nos sintiéramos, en cambio, en un bote con gente de más, en aguas hostiles, con pasajeros peleando por mantenerse a bordo, y dispuestos a matarse por el agua y la comida que queda.”