IDEA: un mar de incertidumbres que Alberto Fernández logró profundizar con una insólita marioneta

MAR DEL PLATA.- No hay recital de música en todo el planeta que no deje el plato fuerte para el final: todos apuestan a lo seguro. La primera jornada del Coloquio de IDEA terminó con el número uno de la institucionalidad argentina: el presidente Alberto Fernández. Sin embargo, pasadas las 20, cuando se bajó del escenario, la sensación de vació se apoderó de la gran mayoría de los asistentes.

Todo había empezado temprano, cuando el presidente del °59 Coloquio de IDEA, Santiago Mignone, decidió no disimular ninguna palabra a la hora de exponer el lugar desde el que el empresariado piensa la Argentina. La corrupción, “la inflación insoportable”, los “ataques” a la Justicia, y la voracidad del Estado fueron algunos de los puntos que repasó. Se esperaba que aunque sea, a la noche, el Presidente respondiera alguno de los temas que, por lejos, se impusieron en cada una de las rondas de innumerables café que se sirvieron en la primera jornada.

Pero no hubo caso, aunque es difícil decepcionar a un auditorio cuando hay pocas expectativas, Alberto Fernández lo logró. Llegó, se paró en un atril y se valió de unas noventosas “filminas” como para decorar su discurso. La sorpresa llegó y los celulares se encendieron de inmediato. Fernández introdujo su oratoria con una ilustración en la que se proyectaba un muñeco de madera al que se le dejaban ver los hilos de una marioneta. Fue un detalle absolutamente menor, pero no pasó desapercibido para varios observadores finos de las palabras del Jefe de Estado.

Quizá haya que dejar la crítica de lado y entender que la bifurcación de temáticas entre unos -los empresarios- y el Presidente sea la mejor metáfora de la Argentina actual, esa que describen los ejecutivos o los dueños de empresas que ayer colmaron el Hotel Sheraton de esta ciudad. La bifurcación de intereses, percepciones, expectativas y diagnóstico entre el sector público y el privado es absoluta.

Después de aquella concreta introducción del anfitrión, la estrella del día había sido el presidente del Banco Central de Perú, el economista Julio Velarde Flores. “Puedo ser removido si le presto [dinero] al gobierno. No se puede establecer un tipo de cambio diferencial. Si lo hacemos, puedo ser también removido por el Congreso, ya que se considera una falta grave. No puedo obligar a los bancos a comprarle bonos al Tesoro, porque también es causa de dimisión”, dijo, y ganó el premio al párrafo más aplaudido de la tarde.

Mientras el funcionario peruano hablaba, en las mesas del Coloquio se seguía de cerca la cotización del dólar. Eran las 14 aproximadamente, y un banquero tiró el número: “Pasó los 850″. Café en mano, otro vaticinó: “Alberto habla con el dólar a 900 [pesos]”. Tuvo razón: subió al escenario con 904 pesos en la cotización del Contado con Liquidación.

Poco antes, varios empresarios resumieron las potencialidades de algunos sectores: la economía del conocimiento, el agro, el turismo, la minería y la energía expusieron su momento. Todos contaron lo que podían crecer si se daban ciertas condiciones. ¿Cuales? Pues, sin hacer nombres propios, hablaron de reglas claras, menos peso de los impuestos y un mercado cambiario unificado. “Necesitamos un dólar único. Nos encantaría ser Perú en eso”, resumió Ignacio Lartirigoyen, CEO y fundador de Lartirigoyen y Compañía.

Con sus estilos, cada uno enumeró los desafíos de la política pública. De hecho, en los pasillos y durante toda la tarde, los temas pasaban por los avatares del dólar, la inflación, las restricciones a las importaciones y los problemas que en cada sector genera esta coyuntura. A ese terreno llegó Alberto Fernández. Se paró, habló casi una hora, no fue interrumpido nunca por ningún aplauso y fue despedido con una abrumadora indiferencia. Toda una postal de la bifurcación entre unos y otros.