Probar no cuesta nada
Bienvenidos al día siguiente de la Navidad, que en este caso cae martes, por lo que un conjunto sustancial de la ciudadanía sufrirá una fuerte turbulencia entre ocupaciones, ocio, deberes laborales, mandatos familiares y la pregunta de qué día es hoy; todo, matizado por la extraordinaria creatividad argentina a la hora de crear nuevos problemas.
Así que intentaré que este breve texto no traiga más desvelo y ansiedad. Quiero hablarles de la corrupción. No, en serio, bromas aparte, tenemos en nuestro país, y eso se refleja en el discurso político, una fuerte tendencia a creer que vamos a estar mejor el día que terminemos con la corrupción. Un lindo cuento navideño, pero como slogan está completamente vacío. Tan vacío como su opuesto, el que dice que todos tenemos un precio. Tampoco es verdad. Hay personas incorruptibles, doy fe. El sueño delirante es creer que podría existir una sociedad libre de personajes débiles, ventajeros, propensos al pecado venial o al desfalco multimillonario. Eso no va a pasar. Así que quizá nos vaya mejor si, como hacen las naciones prósperas, en lugar de vivir de ensoñación en ensoñación, sancionamos severamente la corrupción y, de ese modo, la desalentamos. Nunca hemos hecho eso. Con probar no perdemos nada.