Nada por aquí ni por detrás del antifaz
Cumplo con lo prometido en el anterior “Manuscrito” dedicado a El rey de la risa (sobre la vida del actor y dramaturgo napolitano Eduardo Scarpetta, padre de los hermanos Di Filippo). Hoy comentaré le película La stranezza, dirigida por Roberto Andò, que también se pasó como aquella en el último Festival de Cine italiano. En este caso la historia se centra en el mundo teatral del sur de Italia, pero no en Nápoles, sino en la isla de Sicilia, en Agrigento (Girgenti). El protagonista es Luigi Pirandello (1867-1936), nacido en el límite entre esa ciudad y Porto Empedocle, más específicamente cerca del bosque Cavusu, deformación de la palabra griega Kaos. Por lo cual Pirandello decía que era literalmente hijo del Caos.
Un acierto del festival fue el de incluir, a la vez, en la programación esas dos producciones. Porque en El rey de la risa se destaca la importancia en la escena italiana de la commedia dell’ arte y sus máscaras hasta bien entrado el siglo XX; y en La extrañeza, se muestra hasta qué punto el emblema del pensamiento y la estética de Pirandello es la máscara.
Roberto Andò muestra en su película las supuestas circunstancias (imaginarias) que le inspiraron a Pirandello su obra más importante, que revolucionó el teatro de Occidente, Seis personajes en busca de autor, estrenada en 1921. Es bueno señalar que Andò dio a conocer en 2000 su ópera prima, El manuscrito del príncipe, sobre otra gestación de una gran obra de la literatura italiana, El Gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa. En ella, Andò se ocupó del vínculo maestro-discípulo que el novelista mantuvo con su joven amigo y pariente el conde Gioacchino Lanza Lampedusa y el compañero de estudios de éste, el estudiante Francesco Orlando, un pequeño burgués de memoria fabulosa.
Veintidós años más tarde, el director encaró un proyecto en cierto modo semejante: el proceso creativo de Seis personajes… En la ficción, lo atribuyó también a la influencia de dos amigos, Sebastian Vella y Onofrio Principato, actores de una compañía filodramática de provincia. El director eligió para interpretarlos al dúo cómico de Salvo Ficarra (Vella) y Valentino Picone (Principato), muy populares en la península. En cuanto a Pirandello, no dudó: sería Toni Servillo.
Según el libreto de Andò, en 1920, Pirandello, que vivía en Roma, viajó a Girgenti para pronunciar un discurso en el 80º cumpleaños de Giovanni Verga, el fundador del verismo (I Malavoglia; Cavalleria Rusticana). Por casualidad, Pirandello conoció en ese viaje a dos empleados de funeraria, apasionados actores vocacionales y asistió a los ensayos del grupo teatral que integraban. La obra que preparaban se inspiraba en un personaje real, un funcionario público “coimero” al que toda Girgenti detestaba. El día del estreno, Pirandello asistió a la función y también lo hizo el empleado corrupto. Cuando éste se dio cuenta de que la historia contada era la suya, que la ficción se metía con su vida, armó un escándalo e interrumpió la acción. No pensó que él, a su vez, subía su “realidad” a las tablas. Los actores devenían público y viceversa. Pirandello tuvo ante sus ojos la puesta en escena imprevista, improvisada, sin autor, de su intuición más íntima y profunda: los hombres no somos sino una superposición de antifaces de los que elegimos el más apropiado para cada circunstancia. Si se pudiera eliminarlos uno por uno (lo que es imposible), después del último descubriríamos que no hay nada detrás, porque la condición humana es la de la máscara. No hay “realidad verdadera”. La existencia es la irónica fusión de tragedia y comedia.
Andò y Toni Servillo han realizado una película que podría haber firmado con orgullo el propio Pirandello.
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