La puja entre la dirigencia política y los medios suele quedar entrampada tanto en la falta de credibilidad de las instituciones como en discusiones que dejan afuera a la ciudadanía
Que un funcionario mande a monitorear lo que se dice de él no es novedad. La revisión de lo que los medios publican de los gobernantes es la principal actividad de los departamentos de prensa oficiales. Se supone que están para cumplir el mandato constitucional de dar “publicidad de actos de gobierno” y hacer transparente la gestión. Pero las mentes literales entienden que los habilita a hacer publicidad de sí mismos.
Los gobernantes no aceptan que el problema es lo poco convincente que son los elogios publicitarios que se hacen a sí mismos y se obsesionan con lo que otros dicen de ellos. Latinoamérica tiene una tradición de presidentes que desde sus discursos o su cuenta de X (exTwitter) se dedicaron a pelearse con críticos y a acusar que los periodistas mienten y que los medios no hacen el retrato que ellos creen que merecen. Donald Trump es el graduado cum laude de esta promoción que convoca líderes a izquierda y a derecha.
"En todo el mundo hay una caída de credibilidad de las noticias, aunque es un fenómeno complejo. Pero la disputa sostenida entre gobernantes y periodistas solo ha agudizado la caída de confianza de todas las instituciones, no solo la prensa"
A esa tradición acaba de sumarse un aspirante que supera a los maestros en creatividad y empeño. Un ministro español anunció que había puesto a su equipo a listar los adjetivos denigrantes que la prensa asociaba a su nombre. Que, a juego con su cargo en Transporte, es Oscar Puente.
En este caso, la queja no apunta a las redes sociales, acusadas por igual por políticos y periodistas como foco de hostilidad. El ministro del socialismo español coincide con el presidente de la estrenada derecha argentina en señalar a los periodistas como fuente de malevolencia.
Algunas de las expresiones que recopilaron los escribientes del funcionario son zafio, iracundo, mamporrero, chulesco, vacilón, fanfarrón, chulo, engorilado, macarra y ministro de tómbola, tabernario, follonero. Los términos son demasiado castizos para el oído argentino, endurecido por dos décadas de presidentes iracundos con la prensa. Una actitud en la que sí se ponen de acuerdo los que se llaman izquierda con los que se dicen derecha.
En todo el mundo hay una caída de credibilidad de las noticias, aunque es un fenómeno complejo. Pero la disputa sostenida entre gobernantes y periodistas solo ha agudizado la caída de confianza de todas las instituciones, no solo la prensa.
La confianza en la información es la consecuencia de que medios y sociedad informen y se informen en la mayor libertad. Los gobernantes no son los protagonistas de ese proceso, sino sus garantes. Las críticas de sociedad y periodismo a sus representados es indicador de que se someten al libre escrutinio de sus acciones. Y de que, por tanto, se cumple con la publicidad de los actos de gobierno.
Cuando se quejan de las malas reseñas no actúan como garantes de la libertad de información, sino como celebridades cuyo ego no admite una mala crítica aunque la merezcan. Fueron las estrellas de cine, a mediados del siglo pasado, las que empezaron a notar que aumentaban las críticas cuando pasaron de la pantalla de cine a la promiscuidad de la prensa del corazón. Por regla matemática, a mayor visibilidad, mayor posibilidad de ser vista por gente por fuera del grupo de aduladores. Justamente lo que les pasa a los funcionarios vanidosos que buscan estar siempre en las noticias.
En cualquier caso, las críticas son como las fotos de los bautismos que solo les interesan a los involucrados. Las cien columnas que indignaron a aquel ministro español en su primer semestre de gestión son una parte ínfima en la conversación cotidiana sobre el transporte público español. Cien artículos es menos de la mitad de lo que publica un solo periódico en un día y un quinto de las noticias que ciertos portales derrochan en una sola jornada. Con el riesgo de que, al republicar los insultos, el criticado advierte a quienes no habían pensado en ellos. Y les ofrece unas floridas expresiones para pensar en su gobierno.
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